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Casi 20 años con albergue en Tlaquepaque

Hace 19 años, Alberto Ruiz Pérez llegó como diáco­no a la Parroquia de Nuestra Señora del Refugio, en el ce­rro del Cuatro, en Tlaquepa­que, y entre sus labores pas­torales estaba la de atender una casa de rehabilitación para adictos que con el tiem­po se transformó en el primer albergue para migrantes en la Zona Metropolitana de Gua­dalajara (ZMG).

A pesar de las amenazas contra él y su equipo, el sa­cerdote y arquitecto continúa con esta misión y además del albergue, ha logrado construir ocho departamentos para alo­jar a familias extranjeras que buscan refugiarse en el país y quiere, este mismo año, co­locar la primera piedra de un albergue que atienda exclu­sivamente a mujeres y niños migrantes.

Al llegar a la capital de Ja­lisco, los migrantes que eligen montarse en el tren para atra­vesar el país por la ruta del Pacífico han recorrido más de mil 300 kilómetros desde la frontera sur y son obligados a bajar, muchas veces violenta­mente, de los vagones en un punto de la colonia Las Jun­tas, en Tlaquepaque, donde la empresa Ferromex tiene sus patios de maniobras.

A unos 800 metros de ahí, subiendo el cerro, se encuen­tra la parroquia, un camino que en 10 años han recorrido decenas de miles de personas buscando apoyo.

En 2003, cuando Ruiz Pé­rez llegó a esta zona, la casa de rehabilitación de adiccio­nes se encontraba al pie de las vías del tren, y desde entonces algunos hombres que iban mi­grando pedían alojamiento.

“Se les daba algo de ayuda, teníamos un pequeño dormi­torio para que allí durmieran, se les daba comida, llegaban muy poquitos, pero fueron llegando cada vez más, de tal manera que se nos complica­ba la atención de los jóvenes en rehabilitación y decidimos cambiar la casa aquí arriba, frente al templo, donde está ahora la casa migrante.

“Ahí estuvo y ya en 2006 pensamos que los migrantes ya no iban a venir hasta acá, pero ellos siguieron vinien­do”, recuerda el sacerdote.

En 2011, la cantidad de migrantes que llegaban a so­licitar apoyo era mayor que la de jóvenes en rehabilita­ción, y Ruiz Pérez, ya como párroco, tomó una decisión: “Logramos sacar la última generación, por así decirlo, de personas que se rehabili­taron y ellos mismos fueron los primeros voluntarios para atender a los migrantes; esta­mos hablando de finales del año 2011, en el año 2012 ya la casa tomó, digamos, más formalidad, tuvimos que ir profesionalizando un equipo y a través de la asesoría de los scalabrinianos logramos tener un equipo más compacto con sicólogos, abogado, y hasta la fecha estamos trabajando y luchando, porque no es fácil mantener una plantilla pro­fesional y menos cuando no tenemos apoyos del gobierno o ninguna organización inter­nacional”, señala.

En 2018, cuando grandes caravanas migrantes desbor­daron la frontera sur, el equi­po del albergue puso a prue­ba todas sus capacidades de atención y gestión ante el arri­bo masivo de personas; hasta entonces, los grupos más nu­merosos que habían llegado eran de 250 o 300 personas, pero de pronto comenzaron a llegar por miles.

“Era casi imposible aten­der a tanta gente; sin embar­go, de alguna u otra manera, jamás dejamos sin atender a las personas, llegamos a tener hasta 2 mil personas en aten­ción al mismo tiempo y tuvi­mos que emplear el espacio de esta parroquia y la parro­quia vecina.

“A todos se les dio aten­ción, comida, cena, desayuno, ropa, en fin, lo que requerían, incluso se consiguió traslado hasta Tepic, pero había pasa­do el huracán Willa y no ha­bía condiciones para que los recibieran, así que se pusieron de acuerdo los padres de Ca­ritas de aquí de Guadalajara y de Tepic para llevarlos en au­tobuses pagados por la iglesia hasta Mazatlán”, dice Ruiz Pérez.

En ese año también se puso la primera piedra de un espacio que hoy se llama El Refugio Hábitat, ubicado a unas 10 cuadras de la parro­quia, donde se han construido ocho departamentos proyec­tados para familias completas que buscan refugio en el país y están haciendo su trámite.

Sufre intimidación

Personal de la fiscalía de Jalisco se comunicó con el sacerdote para saber si con­tinúan las amenazas en su contra, para determinar si se extienden las medidas de pro­tección con las que cuenta.

“Sí. Ayer [domingo] en la mañana se estacionó un hom­bre en una camioneta afuera de la iglesia y le dijo a una religiosa que estaba ahí que justo a ella la estaba buscan­do, hizo una señal como si le fuera a cortar el cuello y se fue”, relató.

En octubre de 2019, varios hombres armados irrumpieron en la parroquia, aparentemen­te buscaban a una familia que ahí se resguardaba, encaño­naron al religioso, esculcaron en varios sitios y se llevaron dinero; meses después las au­toridades estatales asignaron un par de escoltas al sacerdo­te, pero las amenazas y las in­timidaciones siguen llegando de distintas maneras.

“Al meterte entre el que golpea y el que es golpeado, pues obviamente recibes gol­pes, yo así explico esta situa­ción, desafortunadamente hay toda una mafia detrás de esto.

Por un lado, los que ven­den droga, por otro, los que llegan a traficar con los seres humanos, y nosotros nos con­vertimos como en sus enemi­gos, muchas veces porque al buscar ayudar a los migran­tes, pues somos una alternati­va para que no acudan al co­yote”, comenta el sacerdote.

Para celebrar estos 10 años con el albergue, Alberto Ruiz Pérez quiere colocar, al me­nos, la primera piedra de lo que será la Casa de San José, lugar en donde tienen planea­do atender exclusivamente a mujeres y niños.

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