Por Martha Ivette Flores Aceves*

En el mundo cotidiano existen las enfermedades au­toinmunes, crónico-degene­rativas. Sabemos que existen, hemos escuchado sus nom­bres o sabemos de algún caso lejano. Pero ¿qué pasa cuando un familiar cercano recibe un diagnóstico de cáncer, diabe­tes, insuficiencia renal, lupus o alguna afección cardiaca?

De entrada, se experimenta enojo, incertidumbre, miedo e incluso negación. En ocasio­nes buscamos “hacer como si no pasara nada”, como si nuestro familiar no estuviera enfermo. Lo vemos bien y decidimos no hablar de ello, pero en el fondo está actuan­do el miedo a que al hablarlo se haga real.

También podemos sentir incertidumbre por la falta de información sobre el padeci­miento, y por eso es impor­tante investigar y preguntar a médicos, escuchar a nuestro familiar que enfrenta la enfer­medad, y saber que habrá res­puestas a nuestras preguntas, respuestas que no siempre nos gustarán, pero nos permitirán tener un norte, nos ayudarán a que el camino se vea menos borroso.

Es probable que el enfer­mo tenga recaídas o ánimo bajo; quienes estamos a su alrededor también podemos estar asustados, tristes, eno­jados… pero podemos hacer el esfuerzo de prestar nuestra energía para ayudarle a mo­verse, a buscar la luz en la oscuridad.

También es importante ha­blar directamente con nuestro familiar sobre lo que sentimos, compartir nuestra perspectiva, qué vemos nosotros, para ayu­darlo a cuidarse si se está des­cuidando y hacerle saber que no está solo, aunque a veces se sienta así. Asusta, da miedo decir lo que pensamos a nues­tro familiar porque creemos que podemos hacerle daño, pero no hablar de lo que pasa es como esconder a un elefan­te en una habitación: todos lo vemos, pero hacemos como que no; y si podemos hablar del elefante en la habitación, probablemente sea más fácil buscar juntos la forma de mo­verlo y hacer algo con él.

Cuando se vive con un fa­miliar con un padecimiento grave es fundamental empe­zar por cuidar de uno mismo. El cuidador muchas veces se descuida por cuidar al otro; pero el cuidado funciona como las emergencias en un avión: en caso de turbulencia, primero debes ponerte la mas­carilla tú, para luego ayudar al de al lado. Si tú no estás bien, no podrás ayudar a nadie.

No hay fórmula para li­diar con el miedo y la incer­tidumbre que causa vivir la enfermedad de un familiar tan de cerca, pero hablar de ello abiertamente nos ayuda a sen­tirnos más fuertes, acompaña­dos a no sentir que nos ahoga­mos. Y, por supuesto, siempre será buena opción pedir ayu­da profesional a médicos y psicólogos, y mantener cerca a nuestra red de apoyo, sean familiares o amigos.

*Psicóloga de la Direc­ción de Asistencia Social de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG)