Por la Mtra. Mayté Uru­ñuela*

La llegada de la harina de trigo con los españoles tras la conquista de México (donde antes solo se cono­cía el maíz) fue el inicio de una amplia serie de innova­ciones culinarias, que resul­taron en la creación de la in­finidad de panes mexicanos que hoy son símbolos de unión familiar, amor, eco­nomía, alegría y apapacho. Faltaría espacio en este ar­tículo para hablar de los pa­nes tradicionales de nuestro país, y seguro causaré antojo en más de uno que lo lea, y es que cada región tiene una pieza de panadería caracte­rística, como los garibaldis, las conchas, el pan de muer­to, las semitas, el cochinito, los bigotes, las magdalenas y la torta de queso.

También podemos en­contrar el ladrillo, el ojo de buey, la chilindrina, el beso, el pan de pulque, las campechanas (y estoy se­gura de que algunos no los recordaban, o acaso ni los conocían), y es que parecía que esa tradición, esos ali­mentos únicos que vemos en aparadores de tienditas de nuestros barrios y colo­nias, se estaban olvidando. Pero no es así; de hecho, la tendencia actual se dirige a retomar la manera como nuestros antepasados ha­cían pan: amasar y hornear de manera más natural, con masa madre y no con leva­duras químicas.

La masa madre consiste en harina y agua que se deja fermentar para que tome las levaduras del ambien­te; una vez que se activa, la usan como base de sus pa­nes (conocidos como panes con masa madre). Algunos llaman “pan artesanal” a los productos preparados con este método. Otra tendencia es la panadería “sin gluten”, para quienes padecen enfer­medad celiaca, por ejemplo, que usa harinas de almen­dra, avena y arroz.

Ahora, se preguntarán ¿cuál es el pan más vendi­do en México? Pues el bo­lillo, y en Jalisco, el birote salado (único e inigualable en nuestro país), que no son dulces. Recordemos que los panes pueden ser dulces o salados (o un poco de am­bos, como el bísquet). El pan dulce es parte del menú cotidiano de los mexicanos, y no falta en el desayuno, la merienda o entre comidas; generalmente las personas lo acompañan con café, té o leche, pero claro, en las épo­cas frías la tradición manda, y se acostumbra a disfru­tarlo con chocolate y el fa­moso atole de sabores: de fresa, vainilla y hasta coco. Mi pan mexicano favorito es la concha, una variedad de bizcocho esponjoso que lleva en la parte superior una capa de azúcar, manteca y harina, que da lugar a un sabor armónico; esta recibe su nombre porque se aseme­ja a una concha del mar, y ha tenido varias transforma­ciones en los últimos años: ahora la rellenan con nata, chocolate, cajeta y crema. ¿A poco no se les antojó?

*Chef y profesora de la carrera de Negocios Gastro­nómicos de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG)